miércoles, 28 de abril de 2010

Extraña criatura (Olga Piñeiro)

… a pleno sol.
Aparentemente conversando con alguien que yo no alcanzaba a ver. En un principio creí que se trataba de algún chico, pero cuando llegué al lugar vi que no había nadie. Aún así me armé de coraje y tratando de imprimir a mi voz naturalidad le dije: -Creí que estabas con un amiguito… - otra vez la mirada turbadora y después, con una inflexión extraña en su voz me contestó: -A estas alturas ya tendrías que haberte dado cuenta de que la compañía de ningún chico puede resultarme adecuada. Son todos estúpidos. Y ahora no quiero que me interrumpas. Estoy con mi amigo.
No sé cual pudo haber sido mi expresión, sólo sé que miré sin disimulo hacia todos lados buscando al amigo. Pero al margen de esta fantasía, me sentí alarmada pensando que el sol de la siesta pudiera haberle afectado. Me acerqué con intención de tocarle la frente, como acostumbraba hacer para comprobar si no tenía fiebre, pero él se retiró bruscamente evitando mi cercanía y quedó en una actitud de abierto desafío.
-No fue mi intención molestarte, Luisito. Sólo quería proponerte, junto con tu amigo, por supuesto, pasar a un lugar más fresco. Hace tanto calor aquí afuera!...
Giró la cabecita hacia un costado y quedó como escuchando, hasta que finalmente dirigiéndose a mí dijo: -Mi amigo dice que él no necesita que nadie lo invite. Que entra cuando quiere y que él sabe muy bien a qué horas le place hacerlo. Y papito tampoco desea entrar.
Esto último colmó mi capacidad de asombro, pero aun así y con un resto de voz comencé: -Pero querido, vos sabés muy bien que tu papito… bueno… que él ya no está entre nosotros.
-Conmigo sí. Y con mi amigo también.
-Y puedo saber quien es tu amigo – inquirí empleando esperanzada todo mi tacto. O lo que restaba de él, tratando de dar a mi voz una inflexión natural.
-Es un señor – dijo lacónico.
-Así que se trata de un señor… creí que sería un amiguito de tu edad – comenté como al descuido.
-Ya te dije que los chicos de mi edad me fastidian.
-¿Y tendría yo alguna posibilidad de conocerlo? – tanteé, aún sintiéndome algo estúpida.
-No creo… él no pierde tiempo con mujeres de tu edad. Sólo entabla relación con chicos y mujeres jóvenes. Así me dijo.
Quedé completamente abrumada, pero busqué mi voz y por fin articulé algo que creo que pareció bastante coherente: -Entonces, al menos, ¿me podrías decir cómo es él?
-Si tanto te interesa… es un señor bajito, robusto, con unos ojos que saben leer tus pensamientos y deseos… ah! y usa un sombrero grande. Muy grande.
-¿Con un qué?...
-Lo que oíste.
-Pero… realmente, ¿conversás con él? – insistí.
-Pese a tu escepticismo, así es.
-Debe ser bastante interesante lo que te dice, como para aguantar este sol…
-Entre otras cosas, me contó que papito no murió precisamente a causa del accidente.
Algo helado serpenteó por mi espina dorsal. Después con la boca seca me escuché decir tontamente: -¿Ah, no?... no entiendo… qué…
-No te molestes en hacer conjeturas. Ella lo mató.
-Quien es ella – me animé a preguntar.
-Creo que no se necesita ser demasiado perspicaz para darse cuenta – me dijo sarcástico, con una sonrisa maliciosa que curvó sus labios rosados. Pero los hoyuelos de su carita habían perdido todo su encanto.
-Por Dios, criatura… ¿sabés lo que estás diciendo?
-Claro. Mi amigo es quien sabe de eso muy bien. Y me aseguró que él me ayudaría a darle un escarmiento a la zorra esa. Que por ahora se divierte bastante haciéndole cosas que a ella le gustan. Pero que cuando se canse de ella le hará algo feo y que después recién vendrá a buscarme para ir a jugar a un que él solo sabe y en el que nadie nos molestará – dijo de un tirón como en trance. Después reaccionó y en tono imperativo agregó: -Y no vuelvas a llamarme criatura.
-¡Virgen Santa! – exclamé azorada – Cómo podés decir esas cosas tan… tan… terribles y obs…- me atajé.
-No te mortifiques. Ella está acostumbrada a las obscenidades. Le gustan. Es una sucia – dijo displicente.
-Luisito querido – dije casi llorando - ¿Qué es lo que te ha pasado?... Por Dios!... – Lo tomé impulsiva entre mis brazos y besé sus rizos dorados. No tenía otra arma sino mi cariño. Me sentía desolada y a merced de algo tan desconocido como aterrador. A través de la tela de su roma sentí su cuerpecito rígido en señal de rechazo, pero no lo solté, mientras desde mi corazón elevaba una plegaria en forma incoherente. Lo arrastré hacia la casa y ya adentro, pude notar que había comenzado a relajarse paulatinamente.

El sacerdote se pasó el pañuelo por la frente con sus apergaminadas manos y suspiró.
-Bueno… creo que usted ha sido bastante explícita, y de acuerdo con todas sus observaciones y experiencias con el niño, pienso que la situación es delicada. La imaginación del chico está sumamente… digamos que estimulada. Y ese personaje al que alude, es sin duda el tan temido Pombero. Porque a menudo suele ocurrir que los mismos peones y el personal de servicio, es decir los más crédulos, son los que se encargan de contar esas mitológicas historias y de allí los hechos… usted más que nadie sabe cómo son los niños.
-Si, es cierto. Pero al margen de esto que acabo de contarle, hay algo en esa casa. Algo que me cuesta definir. Sin embargo, cuando uno está allí podría decir que hasta se puede sentir como algo palpable. Y a ello se suma la extraña actitud de la señora. Hace ya un tiempo que no sale de la habitación. Fíjese que hace poco, una siesta que pasaba por el pasillo que da a su dormitorio, escuché ruidos raros desde allí.
-Y a qué llamaría usted raros… - inquirió el sacerdote.
-No sabría definirlos con exactitud… pero al principio me parecieron de complacencia, como risitas y cuchicheos cómplices, algo así como arrumacos, y eso me extrañó sobremanera ya que tenía la certeza de que la señora estaba sola. Me detuve y agucé el oído, como para asegurarme de que no se tratara de ocurrencias mías. Y no lo eran. Entonces hice algo que detesto. Me acerqué a la puerta y me detuve a escuchar con toda deliberación. Perdone usted, Padre, mi actitud, pero estaba realmente alarmada. Pegué el oído a la puerta cerrada y los arrumacos o lo que fueran comenzaron a transformarse en gemidos cada vez más lastimeros hasta convertirse en un jadeo horrible. Entonces ya no pude contenerme y comencé a llamar a la puerta pensando que la señora sufría un ataque. Los quejidos cesaron de inmediato. No obstante, insistí e intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Ahora sólo quedaba un silencio aún más aterrador que lo anteriormente escuchado.
Después supe por la mucama que la asiste que, cada vez que ella entra con la bandeja de la comida o cuando acude a su llamado, la habitación está muy fría y en estado de total desorden. Ah, y lo peor, que casi siempre encuentran a la señora semidesnuda, con el camisón o las ropas desgarradas. ¿Qué me dice a esto, Padre? ¿No tengo razón acaso para sospechar que en esa casa ocurren cosas fuera de lo normal? ¿Usted podría hacer algo?...
-Bien. Ahora que ya tengo un panorama general de la situación, le prometo que haré todo lo que esté a mi alcance. Así que mañana por la mañana Dios mediante, estaré por allá. Y trate de mantenerse tranquila. Hasta mañana, señorita Julia.

Era casi la noche de ese mismo día cuando el médico se retiró de la estancia apresuradamente para pedir consulta con un médico de la capital.

Mientras, la enferma se arrastró hasta el espejo de su tocador y esta vez su imagen la espantó. Observó con ojo crítico su pelo opaco y estropajoso y sus manos que le temblaban sin control, en tanto se repetía una y otra vez que se iría lejos… que intentaría prescindir de esas visitas que le daban tanto placer y horror, que huiría cuando pudiera de ese perverso niño que siempre la estaba acosando con esos ojos… esos ojos… De pronto, algo se conectó en su mente embotada. Algo que la sacudió como una descarga de alto voltaje. Esos ojos… los mismos que la perseguían obsesivamente en sus delirios… ojos como abismos… como si otros ojos malignos habitaran dentro de ellos. Acechando. Esperando…
El dolor le taladró las sienes con saña, le recorrió a lo largo de la médula como un siseo ardiente y cuando intentó incorporarse y dar un paso sus piernas ya no le respondieron. A duras penas atrapó el frasco de la mesita de noche. Se tragó varias cápsulas, sabiendo que era una sobredosis, pero ya no le importó.
Ahora flotaba en medio de algo indefinible rodeada de colores brillantes nunca vistos. Todo era tan mullido… tan suave… Se sintió hermosa y deseable y otra vez percibió la placentera calidez de ese cuerpo que la requería. Lo sintió a través de la tela de su vestida, en la nuca, en los hombros… en todo su cuerpo que vibraba esperando… hasta que vio sus manos velludas con uñas como garfios.
Entonces el horror palpitó en sus sienes y en la base de su garganta con fuerza ciega y salvaje, amenazando soltar los tendones de su cuello. Mientras la sangre bullía enloquecida dentro de su cabeza, bombeando detrás de sus ojos. El pecho y la espalda palpitaban descontrolados buscando un poco de aire sin conseguirlo. Intentó gritar. Huir. Salir de la pesadilla. Pero esta vez no era una pesadilla. Esta vez ni siquiera logró mover un dedo. Ni pestañear. Ni apartar la mirada de esos ojos crueles, como brasas…
Esta vez él se quitó el enorme sombrero y le sonrió.
Fue cuando el corazón de ella se detuvo.
La mucama le llevó el desayuno sobre el mediodía, y la encontró caída de bruces junto a la cama, con los ojos desorbitados por el espanto, la ropa hecha jirones y el cuerpo lacerado.
El médico, más tarde confirmó su diagnóstico de un caso de locura irreversible.
Mientras la casa todavía se hallaba convulsionada por el trágico suceso, Luisito salió al patio y desapareció en medio de la siesta reverberante de sol.

*POMBERO: Personaje maligno de la mitología guaraní, que rapta y viola doncellas y se lleva a los niños que vagan por las siestas.

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